Hampi es lo que no habíamos encontrado hasta ahora en este
viaje. Es un pequeño pueblito: dos calles de artesanía y restaurantes y el
resto humildes casas de huéspedes que acogen por muy poco dinero a turistas con
un marcado aire mochilero. No hay hoteles, no hay tráfico, no hay ruidos
estridentes. Este es uno de esos pueblos donde el turismo hippie se ha
instalado y se ha mantenido.
¿Cómo es posible que el turismo no haya destruido el genuino ambiente de Hampi? Porque se encuentra incrustado en un increíble yacimiento arqueológico donde se asentaba la antigua ciudad del Vijayanagar (s. xv). El inmenso complejo contiene ruinas graníticas, bastante bien conservadas, de lo que fueron bazares y grandes templos con infinidad de otros más pequeños que hacen de la exploración de la zona una actividad mágica.
Tarareando otra vez la banda sonora de Indiana Jones y a la luz de nuestro pequeño frontal, exploramos las cámaras oscuras en forma de "U" que rodean la sala sagrada de estos templos. Cientos de pequeños murciélagos dormían en los techos. Y digo dormían porque en cuanto entrábamos nuestra presencia, y sobretodo nuestra luz, era recibida con chillidos y desbandadas sobre nuestras cabezas. La sensación era entre acojone y emoción que se transformaron en fascinación por el espectáculo cuando vimos que, a pesar de estar rodeados y de que pasaban muy cerca de nosotros, siempre nos esquivaban y no parecían tener intenciones agresivas (pueden transmitir la rabia si te muerden).
Las montañas de las zona, a veces culminadas con algún tipo de templo, son erosionados pedruscos graníticos que recuerdan a la Pedriza de Madrid, pero con una extensión mucho mayor. Las colinas están formadas por aparentes montones de piedras que parecen haber caído del cielo quedando apiladas en equilibrios imposibles. Es una de las zonas de escalada en roca más famosas de la india.
Además el pueblo está situado junto a un río impresionante: ancho, caudaloso y peligroso, con remolinos y cocodrilos (aunque no vimos ninguno). Y toda la zona rodeada de plataneras y palmeras cocoteras.
Hampi también es un lugar sagrado y de peregrinación. El 30% de la extensión del pueblo lo ocupa el templo de Virupaksha. En la plaza que hay junto a su entrada principal, duermen a diario más de un centenar de peregrinos que llegan para hacer ofrendas a Shiva. Al amanecer del día siguiente se dirigen al río para lavarse, hacer la colada y en algunos casos raparse el pelo que más tarde ofrecen en el templo.
Nos acercamos al río a las 7:30 de la mañana y el ambiente nos encantó. Por si fuera poco, a parte de la cantidad de gente y el colorido que aportaban, apareció Lakshimi, la elefanta del templo, que disciplinadamente vino a tomarse el baño que a diario recibe de sus cuidadores. Tras el baño, la maquillan y finalmente entra en el templo para realizar su trabajo: repartir bendiciones a base de trompazos a cambio de algunas monedas.
¿Cómo es posible que el turismo no haya destruido el genuino ambiente de Hampi? Porque se encuentra incrustado en un increíble yacimiento arqueológico donde se asentaba la antigua ciudad del Vijayanagar (s. xv). El inmenso complejo contiene ruinas graníticas, bastante bien conservadas, de lo que fueron bazares y grandes templos con infinidad de otros más pequeños que hacen de la exploración de la zona una actividad mágica.
Tarareando otra vez la banda sonora de Indiana Jones y a la luz de nuestro pequeño frontal, exploramos las cámaras oscuras en forma de "U" que rodean la sala sagrada de estos templos. Cientos de pequeños murciélagos dormían en los techos. Y digo dormían porque en cuanto entrábamos nuestra presencia, y sobretodo nuestra luz, era recibida con chillidos y desbandadas sobre nuestras cabezas. La sensación era entre acojone y emoción que se transformaron en fascinación por el espectáculo cuando vimos que, a pesar de estar rodeados y de que pasaban muy cerca de nosotros, siempre nos esquivaban y no parecían tener intenciones agresivas (pueden transmitir la rabia si te muerden).
Las montañas de las zona, a veces culminadas con algún tipo de templo, son erosionados pedruscos graníticos que recuerdan a la Pedriza de Madrid, pero con una extensión mucho mayor. Las colinas están formadas por aparentes montones de piedras que parecen haber caído del cielo quedando apiladas en equilibrios imposibles. Es una de las zonas de escalada en roca más famosas de la india.
Además el pueblo está situado junto a un río impresionante: ancho, caudaloso y peligroso, con remolinos y cocodrilos (aunque no vimos ninguno). Y toda la zona rodeada de plataneras y palmeras cocoteras.
Hampi también es un lugar sagrado y de peregrinación. El 30% de la extensión del pueblo lo ocupa el templo de Virupaksha. En la plaza que hay junto a su entrada principal, duermen a diario más de un centenar de peregrinos que llegan para hacer ofrendas a Shiva. Al amanecer del día siguiente se dirigen al río para lavarse, hacer la colada y en algunos casos raparse el pelo que más tarde ofrecen en el templo.
Nos acercamos al río a las 7:30 de la mañana y el ambiente nos encantó. Por si fuera poco, a parte de la cantidad de gente y el colorido que aportaban, apareció Lakshimi, la elefanta del templo, que disciplinadamente vino a tomarse el baño que a diario recibe de sus cuidadores. Tras el baño, la maquillan y finalmente entra en el templo para realizar su trabajo: repartir bendiciones a base de trompazos a cambio de algunas monedas.
Hampi, al ser un lugar sagrado, es una zona “pure vegetarian”. El consumo de carne y alcohol están estrictamente prohibidos y penados con cárcel aunque curiosamente con la marihuana (nos la ofrecieron no menos de 5 veces) hacen una excepción porque es usada en el culto. En cualquier caso, en un país donde el 80% de la población es vegetariana, han desarrollado una cocina tan deliciosamente sabrosa que hace que la carne no sea echada de menos en absoluto.
Ha sido un lugar increíble, mágico y del que dejamos muchos lugares sin haber podido explorar. Nos hubiera gustado estar más tiempo pero aunque en este lugar parece haberse detenido, tiempo es algo que ya no tenemos.
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