Objetivo Ciudad Prohibida


Branklyn era nuestro traductor. No es que nosotros lo necesitáramos, pero como dije, Enrique no hablaba ingles y al menos la mitad de nuestros compañeros apenas hablaba español. El nombre se lo puso su mama y nunca le quiso decir ni que significa ni por que se lo puso, pero desde luego era único. Era un tipo alegre y chistoso, con don de gentes, un buen tipo.

Por eso cuando a través de la cortina de agua, le vi saludarse muy amistosamente con uno de los soldados, se nos bajaron todas las alarmas.

- Buenos dias... por decir algo - le dije a uno.
- Buenos dias.
- ¡Vaya dia para caminar!
- Bueno, estamos acostumbrados.
- ¿Acostumbrados? ¿Cuanto tiempo lleváis aquí?
- Algunos seis meses, pero la mayoría ocho.
- ¡Ocho meses!

Justo nos los encontramos en el vado del río y joder, eran unos 20mts de ancho y a los soldados que estaban pasando les llegaba casi a la entrepierna. Nada que no pudiéramos pasar y total ya estábamos empapados. Lo único que llevaba más o menos seco eran los pies así que mientras me cambiaba los zapatos por las sandalias, seguí charlando con otro.

- Pero ¿que demonios se os ha perdido aquí ocho meses?
- Patrullando y protegiendo las ruinas.
- ¿Y aquí se viene voluntariamente? - le pregunto y se ríe.
- No, estamos haciendo el servicio militar - y es cuando me doy cuenta de lo jóvenes que son.
- ¿Cuanto dura?
- Veintiún meses

¡Carajo! Menos mal que no nací en Colombia, pienso mientras empiezo a cruzar el río.

Se me hace surrealista estar bajo lluvia torrencial, en mitad de un río de la selva en la Sierra Nevada de Santa Marta, con el agua hasta los muslos, mirando de reojo río arriba por si viene una riada y cruzándome con un soldado con un fusil casi tan grande con él en alto para que no se le sumerja en el agua.

Dejamos el rio y a los soldados atrás y sigo mi charla con Enrique.

Me cuenta que allí casi no hubo guerrilla y la que vino fue vencida por un agricultor que no quiso pagarles y se llevo por delante a dos de sus oficiales. Me informa muy serio, que la droga que sale de Colombia no es pura, que va cortada y que como máximo tiene un 60%. Me echo a reir y le cuento que el consumidor final apenas recibe un polvo con un 6-8% y alucina. Me habla de cuando el trabajó en un laboratorio procesando coca. También de cuando la probó por primera vez (y no le gustó). Del problema del consumo dentro del país. De los amigos que se metieron a vender droga. De los que están en la cárcel. Este hombrecillo de edad indefinida ha tenido una vida intensa... pero lo cuenta todo de forma tan natural que me alucina. Me cae bien.

Llegamos al campamento aun bajo la lluvia y oliendo a perro mojado. Dos tejados sin paredes, uno para comer, otro para dormir. Los que allí están nos reciben con aplausos... es lo más parecido a llegar al hogar. El río crece repentinamente hasta hacerse 4-5 veces más caudaloso. Impresiona. De habernos retrasado 30mins no habríamos podido vadearlo.

Nos han tocado hamacas... nunca había dormido en una. Tras hacerlo, he decidido que una vez es suficiente. No están pensadas para la gente grande.


Al día siguiente, día luminoso. En una radio, una voz melódica llora despechado el amor de la mujer que le dejó por otro. Es lo que tiene el vallenato.

La crecida casi ha pasado. Nos metemos en el río hasta la cintura y lo volvemos a vadear. Empezamos la ascensión de los 1200 escalones que nos llevaran a la Ciudad Perdida de los Tayrona.

Vale, no es Machupichu pero aun así es bastante espectacular y mucho más salvaje.

Ha merecido la pena.

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