La Guajira es una dama reclinada
Bañada por las aguas del Caribe inmenso
Y lleva con orgullo en sus entrañas
Su riqueza guardada orgullo pa´ mi pueblo
Así dice la canción sobre La Guajira, la zona mas norteña de Colombia. Debe guardar bien dentro de las entrañas las riquezas porque lo cierto es que es un enorme desierto en el que apenas crecen unos cactus y unas retorcidas y espinosas acacias.
Tierra dura e inhóspita en la que solo los Wayú son capaces de sobrevivir, aun no me explico cómo. Habitan en sus rancherías, casas aisladas en mitad de ningún sitio. Las casas son de adobe y el tejado de cactus secos. Las cercas para las cabras (lo único domestico que sobrevive) son hileras de altos cactus.
- Es lo único que no se comen - me cuenta Jorge, el conductor del 4x4 que nos hará de guía durante estos tres días que pasaremos por aquí.
Pero los Wayú están preocupados por su supervivencia. Hace dos años que no llueve y eso es mucho incluso para ellos.
Los desiertos se suceden. A veces planicies de arena hasta donde llega la vista, sin una planta, sin una piedra, con el espejismo al fondo al que nos dirigimos a mas de 80km/h. Otras veces tortuosos caminos entre los cactus y acacias. Todos impresionan.
De repente Jorge maldice. El desierto por el que pasamos, una de esas planicies infinitas, está por debajo del nivel del mar. Parece que la última marea fue más alta de lo normal, hizo viento y el desierto se ha inundado por kilómetros. Una trampa de lodo que debemos evitar con un largo rodeo por las ¨trochadas¨, caminos inmundos que rodean los desiertos y donde es muy fácil perderse. Avanzamos muy despacio.
Entre desierto y desierto, pasamos por lo que ellos llaman pueblos, 3 ó 4 casas, con nombres que causan cierta sonrisa: Paraíso, Pasadena, Nuevo Ambiente, Gran Vía, La Gran Esquina... seguramente se los ponen porque les recuerdan justo a lo que no son.
Llegando a uno de estos pueblos, vemos un ¨pelao¨ (un niño), corriendo como alma que lleva el diablo hacia un tramo de pista por el que pasaremos unos metros después. Coge una cuerda del suelo que está atada a un palo y la levanta, creando una suerte de barrera, son las ¨cabuyas¨. No la bajará hasta que no le demos algún dulce. Se lo damos. A esta cabuya sigue otra, y luego otra... a veces se encadenan dos o tres seguidas y hay que regatear. Aunque el paquete de galletas que compró Jorge, es grande, hay que guardar para la vuelta.
Dormimos en el Cabo de la Vela, bajo un techo sin paredes, en chinchorros wayú. Los chinchorros, son las hamacas tradicionales de esta zona. Las tejen las mujeres con vistoso colores y les lleva un mes de trabajo cada uno. Tiene una especie de ¨alas¨ con las que te envuelves para protegerte del sol, del viento o del frío en la noche. Por fuera pareces una crisálida enorme. Duermo como el culo por el viento... por el viento y porque no estoy hecho para dormir en una hamaca.
Nos bañamos en playas salvajes... vírgenes... de belleza flipante. El mar delante, el desierto detrás. Nadie alrededor.
Por fin llegamos al destino, Punta Gallinas, el lugar mas al norte de sudamerica. Lo único que hay es un pequeño faro y el mar. Es un lugar especial, aunque no sabría explicar la razón.
Se levanta un viento fuerte... demasiado fuerte... por fin entiendo lo que es una tormenta de arena. Un infierno fuera del coche.
Os presento a La Guajira, una dama tan dura como bella.
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