Lo primero que se disfruta es el clima y es que después de sudar como cochinos en el Caribe, la altura de la zona (+2000mts) le da un frescor que ya echábamos de menos. Un gustazo volver a taparse con un ¨cobijo¨ (manta) para dormir.
El primer sitio, Salento. Típico pueblito de la zona, casitas de colores, tejados de teja, ambiente relajado (excepto los fines de semana) y buena comida. Nuestro alojamiento, barato y encantador. Pero había más: café y naturaleza.
Mira que tomamos café en España, pero nuestra ignorancia sobre su cultivo y producción es supina. Dispuestos a cambiar eso, nos dimos un paseo de una hora hasta la finca El Ocaso, donde una linda damita nos hizo un tour por todo el proceso. Desde que se planta la semilla, crecimiento, podas, pasando por la recolección (que hicimos de paripé), el procesado, secado, tostado y por supuesto, la mejor de todas las partes del proceso: la degustación.
Al día siguiente, a las 7:30 ya estábamos en la plaza del pueblo esperando que uno de los willys nos subiera a la entrada del Valle de Cocora. Solo montar en estas antiguallas merece la pena, aunque vas como si fueras ganado. Los willys originales son los jeep que EEUU fabricó (en realidad fue un concurso público) para la 2ª Guerra Mundial y que todos hemos visto en las películas. En el valle aun funcionan un par de mediados de los 50 que son modelos originales. Hay registrados unos 700 en el eje cafetero y desde 1946 son un icono de la zona, en los que se desplazan sus habitantes a modo de servicio público (son muy baratos). El que nos llevó era del 76 y estaba en estupendas condiciones.
Acaime, más conocida como casa de los colibríes. Han dispuesto para estos pequeños pájaros bebederos de agua con azúcar. Están tan acostumbrados a alimentarse ahí, que ignoran a los turistas que armados con su cámara pueden acercarse apenas a un palmo de ellos. Cientos de colibres, miles de fotos. Una pasada.
De bajada te adentras en una de las imágenes más conocidas de Colombia, las palmas de cera, no en vano son el árbol nacional del país. Diseminadas en enormes pastos para vacas (llamados potrerías) han dejado como único árbol estas palmeras. De su corteza segregan una cera que antiguamente era raspada para usarse como combustible en las lámparas. Pero lo que realmente impresiona es su tamaño. Las palmas alcanzan entre 40-60mts de altura y crecen tiesas, tiesas y finitas, dando la sensación de que cualquier viento las puede tumbar. Cuando las ves por primera vez, alucinas, pero cuando te acercas a una y miras hacía arriba simplemente no das crédito.
Pero se nos acaba el tiempo y con pesar abandonamos Salento. Manizales en el horizonte.
En Manizales, teníamos intención de visitar la Reserva de Río Blanco. No fue fácil porque hace falta un permiso que gestionaba una (ya extinta) fundación; pero desde hace un año la gestión de este permiso la realiza directamente la empresa Aguas de Manizales. Cualquier guía o información anterior al 2014 es incorrecta.
Por si es de utilidad para alguien, la reserva se puede realizar directamente escribiendo a reservarioblanco@aguasdemanizales.com.co o llamando al telefono (8879770 ext-72187). Para desplazarse hasta allí es necesario ir en 4x4. Rodrigo (Tlf 3122862467) es un conductor fiable y que cobra el precio estándar de 25000 pesos por viaje. Conviene acordar con él el viaje de vuelta.
En la Reserva nos esperaba Albeiro, un tipo muy tranquilo y agradable, de risa franca, encargado de hacer de guía. Está especializado en observación de aves y con él se está en buenas manos. Además te puedes alojar en su casa dentro de la reserva y aprovechar así las mejores horas para ver aves, al amanecer y al atardecer. Para reservas, escríbirle directamente a albeiroamphita@hotmail.com. Fue una pena no haberlo sabido, habría sido una pasada dormir ahí.
Como sorpresa no prevista, conocimos a Chucho, un oso andino que nació en cautividad y vive en la reserva en una amplia zona cercada.
Se nos quedan ganas de visitar más lugares del eje cafetero, pero no puede ser. Es como cuando comiendo te dejas lo mejor para el final, puede que al final ya no puedas acabarlo.
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