Tras el fiasco en la isla de Bantayan, iniciamos la andadura por la isla de Negros. Isla en la que el pasado español se hace sentir en ciudades como Cádiz, Granada, Valencia, Murcia, Pamplona... ¡si hasta hay una ciudad llamada Toboso!. Es mucho menos turística pero esconde algunas joyas que pretendemos desenterrar.
Primera parada, Silay, una bulliciosa ciudad que aùn mantiene edificios de la era colonial en su casco antiguo. Es un estilo colonial un tanto distinto a lo que estamos acostumbrados, vamos que no era Cartagena de Indias, pero no estaban mal.
Un buen sitio para dormir si vas de paso, así que nos alojamos en una pensión que se ubicaba en una de las mansiones coloniales y nos dejamos llevar por su bullicioso mercado.
Al día siguiente, volvemos a la gymcana transportil. Volvimos a coger 6 transportes distintos... empiezo a detectar un curioso patrón con el número 6 y el transporte en Filipinas. Empezamos cogiendo un Yipni (todoterreno reconvertido en mini bus) que nos llevó a la estación de autobuses sur de donde cogimos un triciclo que en mitad de un aguacero brutal, paró a otro Yipni para que finalmente nos llevara a la otra estación de autobuses. Ya allí, nos subimos a un bus que nos llevó a Sipalay por la "national road", una carreterucha casi siempre asfaltada, que me hizo pensar en que la carretera local de mi pueblo es una autopista. Allí cogimos un triciclo que, tras un trayecto de 11kms, mitad carretera, mitad camino de tierra entre manglares, te deja a la vera de un río. Allí coges una barquita a remos que te cruza el río y echas a andar...
Y es en ese momento cuando lo ves... ¡Sugar Beach! 1km de playa desierta de fina arena en el que esperan a los viajeros 4 ó 5 resorts (solo 2 abiertos) ocultos tras el bosquecillo de palmeras. Cuando digo resort quizás uno se puede hacer una idea equivocada. Cada resort consta de cabañitas frente al mar y un pequeño restaurante.
Por supuesto, nuestro alojamiento estaba al final del kilómetro de playa, pero una vez llegas a Sulu Sunset Resort, salen a recibirte con una sonrisa, te alojan en unas cabañas encantadoras, te invitan a una bebida de bienvenida y mientras ves la puesta de sol sentado en una silla de bambù en la playa y la San Miguel se desliza por tu garganta piensas... ¡ahora si!
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