Kochi es una ciudad dividida en varias islas unidas por puentes y ferrys. Nos alojamos en la isla más turística que se llama Fortkochi y aquí estuvimos dos días.

Parece que este es uno de los mejores sitios para asistir a una función de Kathakali, que es un espectáculo de teatro tradicional de Kerala. ¡¡¡Nos encantó!!! (Gemma, nos acordamos mucho de vosotros). 

Se trata de la representación de una historia, generalmente sacada de la mitología hindú, en la que se mezcla música, teatro y danza. Este arte estuvo a punto de desaparecer al decaer la realeza a la que iban dirigidos estos espectáculos. Un poeta de Kerala consiguió popularizar el Kathakali y aseguró así su continuidad.

En el Kathakali el maquillaje es fundamental, complejo y muy elaborado. Es un arte en sí mismo y en la representación que fuimos a ver, lo primero a lo que asistes, es precisamente a eso, al proceso de maquillaje de los actores, que hacen sobre el escenario bajo los flasazos de nuestras cámaras.

Y la obra, ¡impresionante! Nos mantuvo hipnotizados de los movimientos, los gestos, los ritmos, los colores, los sonidos… Gracias a que en la entrada nos dieron una hoja en castellano explicando el desarrollo de la historia, no perdimos detalle y estuvimos en vilo hasta el desenlace. Y es que con unas mínimas orientaciones, el lenguaje no verbal es bastante universal.

Al día siguiente nos embarcamos en una barcaza tradicional para la recolección del coco en las Backwaters, que es un inmenso palmeral surcado de canales fluviales. Es una zona muy bonita y apacible, pero al final el crucero resultó un poco aburrido porque fueron muchas horas (unas 5) sin ver más que palmeras cocoteras y canales. Hubo un par de visitas rápidas a factorías locales (una dedicada a obtener carbonato cálcico con la quema de conchas y la otra para hilar fibra de coco), pero ninguna de las dos estaba en activo por la lluvia. Nos alucina lo que paraliza el monzón la actividad de esta gente, sobre todo porque no nos parece que esté lloviendo tanto…

Pero bueno, a nosotros no nos frena ni el monzón ni los achaques que ya vamos teniendo a estas alturas de viaje :P

Cuando llegas a Munnar piensas “Munnar is different” y en verdad lo es. Es un pueblecito de montaña (está a 1500mts) pequeño y rodeado de colinas cuyas laderas están tapizadas hasta la cima de plantaciones de té que, gracias al monzón, se entremezclan con la bruma y la llovizna. El lugar tiene un encanto enorme y un aire limpio como hacía tiempo que no respirábamos.

Los ingleses eligieron este lugar para cultivar té y crearon la empresa que se encargó de su explotación. Estamos hablando del siglo XIX, cuando esto era el culo del mundo, sin carreteras, sin tren… que llegaron más tarde.

El té es originario de China y fue introducido por los ingleses en la India. Desde entonces y hasta hoy, el té en la India es algo más que té. Aquí puedes degustar todo tipo de preparaciones, desde un simple té negro hasta el popular “chai” que es un azucarado té con leche que beben a todas horas en cualquier lugar y al que nos hemos aficionado. Otras variedades disponibles son: té con jengibre, té con cardamomo, té de rosas, té con limón, té masala (mezcla de especias), té con canela… En general mezclan el té casi con cualquier especia de las que cultivan. Y desde luego tienen muchas, de hecho, las especias de Kerala eran consideradas como las mejores del mundo y las que Colón buscaba cuando descubrió América.

Decididos a conocer este lugar tan delicioso, rechazamos las insistentes ofertas de trekkings organizados con guía y almuerzo y decidimos aventurarnos por nuestra cuenta. La persistente lluvia no nos impidió alcanzar las cercanas estribaciones de las plantaciones y paraguas en mano iniciamos la ascensión.

Aquello era como un jardín, eso si, todo de la misma planta. El té es un arbusto leñoso y robusto cubierto de unas hojas recias y verde oscuro. Los tiernos brotes verde claro son las hojas que se recogen para hacer el té. Entre arbusto y arbusto dejan un pequeño paso para que las recolectoras (casi siempre mujeres) puedan acceder a todas las plantas. Esto forma una especie de curioso laberinto sin fin por el que se deslizan las mujeres en unas pendientes increíbles mientras recogen con sus manos las hojas.

Subiendo y subiendo, pronto nos encontramos con los primeros grupos de mujeres. Ataviadas con plásticos para no mojarse, charlaban sin parar al tiempo que arrancaban manojo tras manojo de té. En cuanto nos acercábamos se iniciaba el siguiente dialogo:

- ¿De donde sois?
- De España
- ¿Cómo os llamáis?
- Susana y Víctor.
- ¿Estáis casados?
- Si (decirles otra cosa les habría escandalizado)
- ¿Tenéis hijos?
- Aun no
- Pues yo tengo 5 y esa 3 y esa 2 y esa… (así hasta acabar el grupo)

Por supuesto todo esto sin dejar de coger té y repetidas tantas veces como grupos de recolectoras encontramos. La verdad es que eran muy amistosas. También todas nos señalaban hacia la cima y nos decían algo sobre elefantes que no terminábamos de comprender, pero decidimos buscarlos.

Cuando ya nos acercábamos al final de la montaña, unos hombres que estaban fumigando más abajo, nos empezaron a pegar gritos y a hacer señas para que no siguiéramos. Cuando llegamos a su altura por fin nos enteramos de la razón. Había un par de elefantes salvajes y cabreados justo al otro lado de la cima… 

Se acabo el trekking por hoy, por lo visto los elefantes salvajes, pueden llegar a tener muy malas pulgas 


Me gusta comer. Me gusta la comida india. Me gusta el picante por encima de la media occidental y por debajo de la India. Me gusta cocinar. Me gusta volver de cada viaje con alguna receta.

Con estos condicionantes se entiende que le pidiera a Shakila, nuestra amable casera en Kumily, que me permitiera entrar en su cocina durante la preparación de la cena. Susana como intrépida reportera, cubrió, cámara en mano desde todos los ángulos, la clase magistral.

Lo primero es que en la casa se entra descalzo y claro a la cocina también. Debo reconocer que el suelo era una superficie porosa y negra de la que no creo que jamás adivine su composición. Digamos que la cocina era humilde y de limpieza descuidada, pero más o menos ordenada y espaciosa lo que facilitaba que una menuda mujer musulmana y dos enormes extranjeros se movieran por la estancia con cierta soltura.

Shakila sacó el cuchillo de las grandes ocasiones, muy bonito pero que no cortaba, y me explicó cómo cortar una cebolla. Hasta aquí llegaba yo, pero aquí los hombres no cocinan y como estaba tan entusiasmada le dejé explicarme. Cuando la corté yo, debió de pensar que se me daba muy bien para no haberlo hecho nunca.

Tras pasar a cuchillo varias verduras más, algunas de las cuales no había visto nunca, empezamos a cocinar de verdad. Aceite de coco, semillas de mostaza, otras semillas amarillas que tengo que mirar como se llaman, hojas de curry, cúrcuma en cantidad y chili. Todo esto tras pasar por el fuego y unido a las verduras cocidas, dieron lugar al primer curry que preparamos: shampa.

Se nos unió Havi, sobrino de Shakila, e iniciamos la preparación otros platos como poori, que son unas finas tortas de harina de trigo fritas y otro curry de patatas con judías verdes y coco (y chili, claro). La suegra  también pululaba por allí refunfuñando de la nuera... típico en cualquier cultura. La hija de Shakila, Savana, entraba y salía siempre con una sonrisa, añadiendo dulzura a aquella cocina. Estábamos con las manos en la masa, cuando llegaron más parientes de Shakila de otro pueblo que venían a pasar unos días. Así se nos unieron dos mujeres más: su hermana y su madre.

La verdad es que en la cocina ya había un guirigay de gente tremendo, entrando y saliendo, charlando animádamente y en medio dos guiris con cara de despistados olisqueando en las cazuelas y sacando fotos. Pero era gente encantadora. La madre de Shakila decidió hacernos un postre típico, una especie de fideos dulces con frutos secos y pasas, que nos apretamos antes de cenar. Una bomba calórica que estaba muy rico.

De repente todo se fue acelerando, les empezó a entrar la prisa y rápidamente terminaron de preparar la cena. ¿La razón de las prisas? Acababa de ponerse el sol y estamos en ramadán… llevaban desde el amanecer sin comer ni beber… toda una proeza que si puedo evitaré.

Pasamos una agradable sobremesa enseñándoles las fotos del viaje y de la clase de cocina, en su flamante nuevo ordenador. Contrastes de la india.


Llegamos a Kumily en autobús. Desde Madurai, fuimos subiendo, subiendo, y la temperatura bajando, bajando.

Nos alojamos en el sitio más chulo hasta ahora: un apartamentito compuesto de baño ¡con toallas y jabón!, dormitorio con dos camas juntas gigantes ¡con sábanas y mantas!, supersalón  con TV y terracita con vistas  a un apacible camino rural, bien apartado del centro del pueblo. Y un montón de toques femeninos que fueron muy de agradecer J. Y todo por 400 rupias (algo menos de 7€). Lujazo a precio de mercadillo.

Kumily es un pueblo que está creciendo a marchas forzadas al rededor de la reserva natural más visitada del sur de la India: la de Periyar. Comparado con los sitios en los que hemos estado hasta ahora, es muchísimo más tranquilo, limpio y sobre todo se respira mucho mejor pues el aire es fresco y puro.

Decidimos pasar en este pueblo dos días y emplearlos en las cosas que hacen aquí los turistas: un día visitar un jardín de especias, una plantación de té y la planta procesadora de te del pueblo, y otro día hacer senderismo por la reserva natural. Parecía todo chupado, perfectamente organizado y atado, pero no contamos ni con el Onam, que es un festival de toda esta región (Kerala) que dura 10 días durante los cuales los niños no tienen colegio y mucha gente está de vacaciones… Y tampoco pensamos que la lluvia que caía intermiténtemente, pero sin mucho afán, también iba a tener consecuencias.

Nada más instalarnos en nuestro nuevo hogar por estos días, nuestros vecinos, los dueños de una tiendita de comestibles y cosillas varias que había justo al lado, nos invitaron a tomar un te y un aperitivillo de plátano frito con ellos, con la excusa de enseñarnos a su gato… Y allí nos reunimos nosotros más el padre, la madre y los tres hijos: dos adolescentes, chico y chica, y la niña pequeña… (el gato salió pitando). Más tarde se unieron a nosotros el abuelo y la abuela (hay que señalar que la tienda tenía el tamaño de un cuarto de baño convencional). Nos interrogaron sobre nuestro país, nuestra moneda, la economía, nuestra profesión, nuestra vida, qué habíamos visitado en la India, si nos gustaba, etc., etc. La verdad es que la familia era tan maja y espontánea que nos hicieron sentir entre amigos. La chica incluso nos cantó algo con una voz preciosa. Cuando nos pidió a nosotros que cantásemos, ¡no se nos ocurrió qué cantar! (tenemos que poner arreglo a eso).

Al día siguiente, tuvimos una pequeña decepción con la excursión especias-té-factoría: con el Onam la planta procesadora de té estaba cerrada por vacaciones, así que probablemente perdimos la oportunidad de visitar una de estas plantas en pleno funcionamiento. En la India hay muchas más, pero al parecer no son visitables.

El jardín de especias fue interesante. Vimos cacao, café, pimienta, cardamomo, chili, canela, hojas de curry, etc. Y frutales exóticos. A Sus lo que más le entusiasmó fue una ranita moteada que encontramos sobre la enorme hoja de una planta. 

La plantación de té... bueno, fue la primera que veíamos una y nos pareció muy curiosa: los arbustos se parecen a los setos que se utilizan para delimitar los jardines o para hacer esculturas en jardinería. Lo que todavía no sabíamos es que en Munnar (la siguiente población en nuestro camino) nos íbamos a hartar de ver té. En general la excursión fue interesante y nos dio información valiosa para luego seguir investigando sobre especias en una de las cientos de tiendas que hay en el pueblo. Finalmente nos llevamos un saco de ellas, literalmente.

Cuando volvimos a la casa, ya por la noche, nos avisaron de que la excursión de senderismo que habíamos reservado para el día siguiente por la reserva, se había suspendido por la lluvia. Pero ¿por qué? Si sólo han caído cuadro gotas!!! (eso sí, una tras otra durante todo el día). ¿Y qué íbamos a hacer ahora? Pues lo que hicimos, aunque tampoco nos salió bien del todo: Nos vino a recoger un rickshaw a las 6am para llevarnos a la reserva, pero de nuevo no tuvimos en cuenta el dichoso Onam: cuando llegamos al embarcadero del lago que hay dentro de la reserva, ya no pudimos coger el barco de las 7.30 porque estaba abarrotado de gente, incluyendo un grupo de adolescentes escandalosos con sus profesores ¡¡¡Qué muchedumbre!!! En fin, a las 10 fue tarde, pero por lo menos pudimos hacer el paseo por el lago famoso… Eso sí, en vez de 2 horas, como duran las primeras salidas de la mañana, el paseo duró una hora, por el mismo precio… En fin, dos horas hubiera sido demasiado tiempo. Con una hora sentados en una incómoda silla y tragados por un gigante salvavidas naranja  (el año pasado murieron 40 personas ahogadas en el hundimiento de uno de estos barcos), era suficiente. Vimos muchas aves acuáticas como martines pescadores, varios tipos de cormoranes, algunas garzas y otras que no conocíamos. Además vimos en la lejanía dos elefantes que estaban en lo alto de una montaña. Con los prismáticos se veían dos manchas grises… Bueno, no estuvo mal.

Y esa era toda la visita que se podía hacer a la reserva y es que si dejan entrar a las hordas de turistas locales libremente, posiblemente la conservación del lugar se resentiría y no digamos la limpieza. Así que un tanto decepcionados decidimos hacer una incursión clandestina y dar un paseo por nuestra cuenta, lo que está prohibido bajo multa… 

¡Qué acierto! Nos metimos los bajos de los pantalones dentro de los calcetines, impregnamos bien de insecticida los zapatos y nos internamos en la espesura consiguiendo evadir las sanguijuelas. Pronto llegamos a una zona despejada que seguimos, paralelos a un riachuelo. Vimos ciervos, jabalíes, monos, nos sobrevolaron loritos y preciosas mariposas. Disfrutamos muchísimo y nos sentimos como auténticos exploradores de tierras vírgenes, aunque la carretera solo pasaba a unos pocos cientos de metros…



Madurai es, a primera vista, una ciudad como el resto: escandalosa, contaminada, desordenada y caótica, pero pronto descubrimos que la gente, en general, es más abierta y espontánea, o quizá más sociable y menos tímida. Por la calle nos daban la bienvenida a La India con una alegría sincera y espontánea. Apreté la mano de no menos de 10 bigotudos indios antes de llegar al hotel. Querían saber de dónde somos, de dónde venimos y adónde vamos o sea, las preguntas que la humanidad lleva haciéndose desde siempre. Además a Sus no solo la miraban, sino que también la saludaban con vehemencia, lo que fue una novedad con respecto a las ciudades en las que hemos estado hasta ahora.

Llamamos muchísimo la atención de la gente allá por donde vamos. Más apretones de manos. Debemos ser muy exóticos para ellos. Nos miran con disimulo, de reojo o descaradamente. A veces se nos quedan mirando con la boca abierta sometiéndonos a un escaneo de la cabeza a los pies. Si estamos parados el suficiente tiempo en algún sitio, es muy probable que alguien nos saque una foto disimuladamente con su móvil o que una pareja o una pandilla nos pida directamente hacerse una foto con nosotros (o varias). Como despedida otro apretón de manos.

Cuando algo nos llama la atención y nos paramos para apreciarlo o comentarlo, es habitual que la gente que nos rodea se pare también y se acerque o intente averiguar qué es eso que estamos mirando o haciendo. Cuando abrimos la mochila y sacamos algo o hacemos algo fuera de lo habitual, también suele haber alguien cerca observando con sumo interés y curiosidad. Y ya cuando preguntamos a alguien sobre lo que estamos observando ¡hay fiesta!. Todo esto nos hace sentir como muy interesantes, importantes y bichos raros a partes iguales. De hecho continuamente nos cuestionamos nuestro comportamiento pensando que estamos haciendo algo terrible… y seguramente muchas veces es así pero como siempre se limitan a mirarnos con curiosidad, sonreír y ladear la cabeza de esa forma tan graciosa. ¡Así no hay quien aprenda!

De hecho entramos en el templo de la ciudad donde, para nuestro alivio, había carteles que indicaban dónde podíamos entrar y dónde no. Deambulando por allí llegamos a una zona en la que se estaban celebrando bodas hindi, una tras otra. No podíamos entrar en esa zona, pero nos apostamos a la salida y tras varios apretones de manos, sacamos fotos de varios felices novios a diestro y siniestro. Incluso algunas de las comitivas, a veces formadas por un centenar de personas, se paraban y posaban frente a nosotros para la protocolaria foto. Más apretones de manos.

Con tantas emociones nos entró hambre así que nos dirigimos a un restaurante local donde decidimos comernos un Thali cada uno. Thali es una comida típica en el sur, aunque más que una comida es una forma de comer que consiste en lo siguiente:

Te lavas las manos en el lavabo del restaurante, te sientas y plantan frente a ti una hoja grande de bananera. Llega un tipo con un cubo y te echa sobre la hoja un montón de arroz. A continuación van llegando otros que llevan otros cubitos más pequeños con distintos currys que te van poniendo alrededor del arroz. Cuando todo está dispuesto, ¡a comer!… con las manos claro o mejor dicho, con la mano, porque sólo la derecha puede ser usada. La izquierda supuestamente se usa para sucios menesteres como limpiarse en el baño y demás. Los zurdos lo tienen mal.

Comer con una mano tiene su etiqueta. No está permitido meterse los dedos en la boca ni chupárselos. La idea es que mezclas con la mano los ingredientes y te los llevas a la boca dándoles un empujón final con el dedo gordo. Al principio te sientes torpe, pero al final dominábamos la técnica como si hubiéramos nacido aquí.

Cuando acabas te limpias, no con una servilleta que no hay, sino en el lavabo donde comenzó esta pequeña aventura gastronómica.

Después se sale a la calle y ya estás preparado para seguir dando apretones de manos a todo aquel que te la tienda.


Llegamos en tren y de no ser por una amable familia que nos avisó, nos habríamos pasado Trichy. Es otra de esas pequeñas ciudades en las que viven 900.000 indios gritando y tocando el claxon. Nos dirigimos a los hoteles recomendados por la guía para descubrir ¡horror! que todos estaban circundando la amplia estación central de autobuses interurbanos y la anexa y caótica estación de buses urbanos.

Los autobuses urbanos no tienen una parada fija, sino que se buscan el hueco contra la acera como pueden tratando de que el resto de autobuses no les cierren el paso. Esto lleva a una lucha por la posición con movimientos agresivos de unos autobuses contra otros y un continuo toque de claxons. ¿He dicho ya que suenan como un transatlántico?

Desde la habitación de nuestro hotel teníamos una perfecta visión (y audición) de todo el percal, aunque al final resultó menos grave de lo esperado… paraban de 24:00 a 05:30 horas, un alivio oiga.

De todas formas en esta ciudad descubrimos las peculiaridades de coger un autobús urbano, puesto que lo tuvimos que usarlo no menos de 10 veces para desplazarnos por la ciudad.

Tienen dos entradas (sin puertas) y es importante destacar que no es lo mismo entrar por una que por otra. La de atrás es para los hombres, la de delante para las mujeres. De ahí se deduce que la misma separación se produce en el interior. Los asientos de adelante están reservados para las mujeres.

Existe una zona desmilitarizada en el medio donde es posible ver tanto a hombres como a mujeres, pero lo que jamás verás será a un hombre y a una mujer sentados juntos a menos que sean un matrimonio. Si un matrimonio está sentado y llega un tercero a sentarse, si es necesario cambiarán su posición para que el que llega se siente con alguien de su mismo sexo.

Por supuesto Sus y yo, el primer día nos sentamos en los asientos de las mujeres. Según se fue llenando el bus, más y más miradas femeninas se posaban sobre mi y más y más comentarios se hacían unas a otras… pero aguantamos la presión hasta el final. De no haber sido extranjeros el revisor me habría mandado para atrás.

Hablando de los revisores, merecen mención aparte. Tienen una mala leche que hacen que las cajeras del DIA parezcan amables monjitas. Recorren el autobús gritando “¡tickets!”. Pegan gritos a la gente y van con cara de ir a matar a quien intente colarse. Hasta ahora no hemos visto a nadie con los santos huevos de intentarlo.

De todas formas igual van gritando porque llevan Los 40 principales en versión indi a todo trapo sonando en la megafonía. Porque puertas no tendrán, pero altavoces les sobran. Por eso cuando medio autobús nos grita para avisarnos que hemos llegado al templo… a veces ni nos enteramos.

Ruido...

Una palabra que dicha así no es más que una palabra, pero es que en La India alcanza una dimensión bíblica.

El trafico funciona caóticamente a nuestros ojos, pero con sus propias normas de las cuales, las dos principales son:

- Pita y así todo el mundo sabe que vienes.
- Como siempre estas rodeado de gente y otros vehículos pita todo el rato.

Es fundamental para poder circular por La India, con independencia del tamaño de tu vehículo, tener el claxon de un camión. Los camiones directamente suenan como un transatlántico.

Cuando vas andando por la calle, escuchas una sinfonía de cláxones de autobuses, camiones, coches y motos. A lo que hay que sumar las viejas bocinas de los rikshaws (como la del mudo de los hermanos Marx, que suenan como ocas afónicas) y los escandalosos inventos de chapa que tienen las bicis (que suenan como unos platillos)… imagina 100 vehículos tocando su particular elemento de hacer ruido, cada 3 segs y todos a la vez. Ese es el sonido del trafico de una ciudad cualquiera de La India.

Cuando entras en un autobús local tienen música que ponen a volumen brutal para superar el ruido del trafico y por supuesto el del claxon del propio autobús que suena continuamente.

Con este nivel de base, la gente grita, todo el mundo grita para superar el umbral de los 100 decibelios del trafico. Por supuesto nosotros también tenemos que gritar.

Por esto, una de las cosas mas tristes que te pueden pasar en La India es lo que me paso. Por azar de una mala corriente me constipé y de forzar la voz, me quede afónico dos días...

La India no es el país de la igualdad de géneros. El hombre manda y la mujer… la mujer… bueno la mujer no. Así que cuando Sus preguntaba como se llegaba a algún sitio o a que hora salía el autobús para tal lugar, para cabreo de ella se giraban y me contestaban a mi. Con lo que al final era inevitable que tuviera que soltar un “thank you” con voz de haber bebido cazalla durante 20 años.

Afortunadamente llegamos a Pondichery que es una ciudad con un pasado francés y han mantenido esa identidad de forma casi obsesiva. Horarios europeos, puedes comprar pan francés y croissants, comerte un buen bistec (si, si, de vaca) o comida francesa en los múltiples restaurantes que tiene. Incluso la policía sigue llevando los rojos gorritos de la gendarmería francesa. Y por supuesto, esta lleno de franceses (hay que joerse!)

A pesar de que en la guía hacia especial mención a lo ruidosa de esta ciudad, la realidad es que nos ha parecido una de las mas tranquilas y silenciosas en las que hemos estado hasta ahora. El barrio francés casi no tiene tráfico y cuando cae el sol cierran el paseo marítimo a los coches y riskhaws para que la mitad de la ciudad pasee junto al mar tranquilamente.

Que mejor cura para la fatiga de la voz que el silencio.

Hoy llegamos a Tiruvannamalai. 

Hicimos el viaje en autobús, bastante cómodos. Un poco largo pues pensábamos que iban a ser 2h y al final fueron 5 h 1/2… Y es que la velocidad máxima alcanzada fue de 50 km/h (medida por GPS), parando cada poco para recoger y dejar gente. Pero fuimos fresquitos (con ventanas y puertas abiertas, en medio de una ventolera) y entretenidos mirando por las ventanas las escenas cotidianas que se sucedían en las cunetas y los pueblos por los que pasamos.

Llegamos a Tiruvannamalai a las 2pm y nos internamos caminando en la ciudad. Queríamos un alojamiento cerca de la estación de autobuses para marcharnos al día siguiente a primera hora y nos arriesgamos con el ruido…

Este suele ser uno de los momentos más traumáticos del viaje: llegar a las ciudades. En un primer momento nos suelen parecer hostiles, con ese jaleo, el caos, los obstáculos y esas miradas penetrantes que te taladran (somos muy exóticos), pero en cuanto dejamos las mochilas sobre una cama y nos damos una ducha fresca, aunque sea en el sitio más cutre del mundo, la cosa cambia y estamos dispuestos para quemar la ciudad… es un decir.

Bueno, un poquito de alegría: una carroza que se acerca por la calle llena de flores y seguida de un séquito que toca el tambor y el clarinete. Me posiciono para sacar algunas fotos a tan pintoresco paso y con sonrisas, saluda a la comitiva que cuando pasa de largo… ¡Ops! ¡enterrado entre las flores hay un muerto! Debe ser un santón eremita.

Terminamos en la habitación de una guesthouse súper… súper cutre, súper sucia y super llena de mosquitos (nos dimos cuenta cuando volvimos por la noche y abrimos la ducha), eso sí, con servicio de habitaciones súper.

Existen en la India dos tipos de guesthouse: aquéllas en las que puedes entrar calzado y aquéllas en las que no. Esta era del segundo tipo.  Quizá esto te haga pensar que los suelos estaban como los chorros del oro. Bueno pues no, en este caso estaban súper… (sin comentarios).

Bueno, pues dejamos los trastos y nos fuimos a visitar el templo Arunachaleswar dedicado Shiva, que es uno de los más grandes de La India. El templo tiene una serie de patios, pasillos y zonas cubiertas y en el centro está el corazón, que es la parte más sagrada. Sobre cada acceso al recinto hay una gopuram que es una torre en forma piramidal con el vértice plano, totalmente cubierta de esculturas. En este caso eran blancas ¡¡¡Impresionantes!!!, sobre todo la más grande, sobre la entrada norte.

Llegamos al corazón del templo donde unos hombres con calzones blancos que son los brahamanes nos condujeron por unos pasillos y corredores a la cámara donde está la representación de Shiva, en la que nos ungieron con el correspondiente punto blanco de ceniza entre ceja y ceja.

El interior del templo me recordó un escenario de dragones y mazmorras: tétrico, oscuro y  misterioso, las paredes manchadas de ceniza y chorretes de aceite y tintes con los que la gente venera las representaciones e imágenes esculpidas en columnas y paredes. El lugar nos sugirió esos lugares malditos en los que Indiana Jones robaba reliquias. Por cierto, la representación de Shiva que veneran es un linga, es decir, una representación fálica (una especie de cilindro de piedra oscura).

Fuera el ambiente era festivo y colorido. Había mucha gente haciendo sus ofrendas, flores, velas, yendo y viniendo, rezando… multitud de monjes y eremitas animando el cotarro… incluso había un elefante que te echaba una bendición en forma de trompazo (literalmente) a cambio de una moneda. Vimos también que estaban grabando un documental francés sobre el templo.

Parece que esto es solo la primera toma de contacto de lo que parece que va a ser un “hartarse de ver templos” a cual mas impresionante. De momento este nos ha encantado.


A ver, la India limpia, lo que se dice limpia pues no esta. Allí donde mires ves basura... bueno o al menos la vemos nosotros.

El otro día en Mamallapuram, visitando los templos monolíticos patrimonio de la humanidad, se acercaba una joven pareja de tórtolos enamorados. Entre tonteo y tonteo (iban muy acaramelados) el le ofrece agua de una botella casi vacía. Ella rehúsa. El insiste. Ella vuelve a rehusar. El vuelve a insistir. Finalmente ella acepta y se bebe el agua. Por fin!, debió pensar el y acto seguido lanzo la botella a la base de uno de los templos con la naturalidad del que es ajeno a la culpa. Para los que puedan terner dudas, me he informado y la botella de plástico NO era una ofrenda.

Como comenté en la anterior entrada, todo estaba lleno de carteles de "No arrojar basuras", pero tampoco había papeleras. Supongo que desde el punto de vista de las autoridades, la intención es lo que cuenta y con los carteles va que chuta.

Cuando un indio lleva algo en las manos es o porque le sirve para algo o le es valioso en alguna medida, en otro caso en menos de lo que se tarda en decir Ghandi, lo deja caer al suelo. De las ventanillas de los autobuses vuela todo tipo de inmundicia, en los trenes ves como el detritos se desliza a las vías y al anden y por la calle mas de lo mismo. A partir de ese momento se inicia el proceso...

Los primeros en iniciar el procesado de basura son los animales. Las vacas carroñan entre restos vegetales y de comida abandonada. Las cabras, mucho menos escrupulosas, se comen lo que han dejado estas y ademas se han especializado en zamparse el papel de los carteles pegados a a las paredes. Pequeñas unidades de monos, perros y otros animales, también colaboran en la limpieza. Finalmente, una legión de cuervos, rematan la tarea en los lugares menos accesibles.

Tras esta criba de material orgánico, cual escarabajos peloteros, batallones de basurillas (muchos de ellos mujeres con sus vistosos sarees), salen a recolectar entre estos despojos el salario del día. Unos recogen plásticos, otros aluminio, los menos cristal y finalmente otros. todo lo demás. Todo lo recogen a mano y sin ninguna protección. El colmo fue cuando vimos a un grupo de hombres limpiando las alcantarillas, metidos dentro y sacando (siento ser tan gráfico) montañas de pura mierda con las manos desnudas. Este pequeño ejercito mantiene las calles transitables y la basura dentro de unos margenes que, aunque para un occidental serian insanos, a ellos les parecen razonables.

Por supuesto, estos limpiadores igual que los escarabajos, están en la base de la pirámide social y aunque las castas han sido abolidas en la India, estos siguen siendo parias.

Tengo la sospecha fundada de que para los indios, la basura es tan invisible como los intocables que la limpian.



Al llegar a Mamallapuram y tras la confusión inicial (venia dormido), nos dedicamos a la búsqueda de un alojamiento adecuado a nuestra calaña. Tras descartar dos, uno por cutre y otro por caro, nos acomodamos en una guesthouse llamada Silver Moon. Habitación asfixiante, sin aire acondicionado, pero con ventilador en el techo, el resto cubría los estándares justito, justito pero estábamos cansados y era el tercer lugar en el que entrábamos.

El atractivo de este pueblo son templos de arquitectura Pallava: espectaculares!!!. Imaginad que vais a la pedriza y elegís uno de los pedrolos de granito más grandes que veáis (de los de tamaño casa). Bueno pues os ponéis a darle al cincel hasta que convirtáis el pedrolo en un templo, así de sencillo. Esta gente, hace 1400 años se le ocurrió esta locura y la llevo a cabo, pero no uno, sino unos cuantos. La mayoría estuvieron enterrados hasta hace 200 años, pero los ingleses que todo lo remueven, los excavaron y los sacaron a la luz. Los templos son patrimonio de la humanidad y la verdad es que son impresionantes.

Tras comer unas samosas por la calle, ya eran las 5pm, decidimos dar una vuelta breve para hacer tiempo hasta la cena. Vimos algunos de los templos menores y dejamos los mas importantes para el día siguiente. Como además de ser domingo, era el “Independence Day” que viene a ser su día nacional, el ambiente era festivo y hordas de indios con sus familias pululaban por entre las ruinas arrojando basura con la misma naturalidad que respiraban. Como anécdota de este curioso país, había carteles de que no se tirara basura por todas partes pero oye, ni una papelera en todo el complejo. Posiblemente no las usarían pero desde su punto de vista, tampoco había elección.

Esos templos están en una zona boscosa llena de caminos, rocas y recovecos. Hay cabras, monos, perros y cuervos entre otros, viviendo en armonía con los visitantes.

Tras apretarnos un menu seudo-indio consistente en un rico curry kefta y en un arroz frito con huevo, pasamos por Internet lo justo y nos fuimos a dormir a la intempestiva hora de las 9:30pm. El jetlag paso factura.

El día siguiente lo pasamos flipando entre templos monolíticos (como los llaman ellos) y sudando la gota gorda. La temperatura es de 38ºC e ignoro el dato de la humedad, pero desde donde estamos puedo tirar una piedra al mar así que es alta. Bebemos litros y litros y nos damos duchas y duchas y es que la vida del turista es interesante, pero a veces puede resultar muy dura.





Empezamos el viaje... uf, el vuelo a las 6:30am, así que zafarrancho a las 3:15 de la madrugada. Todo bien, importante el pre-checking por Internet. La cara de envidia y extrañeza de los que hacían la cola al ver que atienden a 2 mochileros en el mostrador de business, no tiene precio. ;-)

El despegue sin problemas con los controladores aéreos, el salto en Bruselas sin incidencias (Ana gracias por la idea de llevarnos un sandwich al avion), el trayecto bien salvo por un “aparta que voy a vomitar” de Susana, bien el aterrizaje, bien la (dura) negociación del taxi, bien la llegada al hotel a las 2:00pm donde nos esperaban. El hotel... pse razonable, aunque ya podía serlo por el precio (26€), que puede parecer una miseria pero aquí es un dineral. Probablemente nunca pagaremos tanto por tan poco en India. Pero llegando tan tarde, es un precio que pagamos a gusto.

Por otro lado la india, de todos es sabido, es un sitio ruidoso. Pero es que en la planta de debajo de nuestra habitación había un congreso de “the fundation” (ignoro si Asimov tenia algo que ver), donde un centenar de jóvenes indios trataban de inscribirse “alaindia”, ósea todos a la vez. Para completar la escena, en el salón superior justo encima nuestro, se iniciaban los preparativos de una “first comunion” que viene a ser lo mismo que en la religión católica, con las niñas vestidas de repollos y los niños de ejecutivos encorbatados. A las 9:00 empezó a sonar el “Waka Waka” de Shakira a volumen brutal lo que nos indicó que la hora de dormir había terminado y el desayuno nos esperaba mas abajo.

Desayuno… indio claro, currys, una especie de rosquillas, puding de huevos revueltos (huevos, harina de arroz, especias y frutos secos), tortas de arroz para acompañarlo todo y shampa (sopa). También tostadas con mantequilla y mermelada. Bueno y por supuesto Chai (te con leche azucarado).

Tras el desayuno y aprovechando que el hotel te llevaba gratis al aeropuerto, pedimos que nos llevaran de vuelta allí indicándoles que íbamos a coger un avión local. Nos dejaron en la terminal de vuelos nacionales y en cuanto se fueron dimos media vuelta y nos encaminamos al tren.

Sacamos los billetes por 12 rupias, 0,20€ al cambio por los dos, y nos encaminamos al anden sin tener claro cual era el adecuado. Tras aclarar este punto, me iba preguntando yo que quería decir lo de "Ladies/Firts Class" cuando sin darme tiempo a cavilar más, el tren irrumpió en la estación. Según me voy a subir tras Susana resolví mi duda anterior… ese vagón solo era para mujeres… mujeres que primero miran a Susana, luego me miran a mi y finalmente se ponen a mover la cabeza con ese gracioso vaivén que hacen los indios que tanto nos confunde a los occidentales.

Salte del tren antes de que se pusiera en marcha y me metí por la primera puerta que vi hombres. Era el vagón de primera clase y claro, era más que evidente que con lo que me había constado el billete no era mi vagón, pero como estaba comunicado con el de Sus por un pequeño mamparo decidí quedarme y afrontar las consecuencias de un posible revisor haciéndome el turista despistado.

Cuando recobré la compostura me giré y vi el panorama en el vagón de las chicas. A falta de un hombre a quien traspasar con la mirada, Susana se había convertido en el centro de atención. Todas las mujeres la miraban fijamente con descaro. A la pobre la entraban ganas de saltar el mamparo y unirse a la juerga que teníamos en primera clase, pero al final decidió quedarse y no montó el espectáculo.

Las miradas cesaron en cuanto saque la cámara y apunte a Susana. Todas las orgullosas portadoras de Saris (tradicional prenda india femenina) me enseñaron sus nucas con el mismo descaro con que antes miraban.

Llegamos sin mas novedades al centro de Chennai y nos acercamos a patita a la central del autobuses para dirigirnos a Mamallapuram que era nuestro primer destino de interés. Cogimos el autobús y 2 horas y media de traqueteo después nos bajamos en una calle comercial de un pequeño y bullicioso pueblo.

Bienvenidos a Mamallapuram.