Siempre que vuelves a casa…



Me gusta comer. Me gusta la comida india. Me gusta el picante por encima de la media occidental y por debajo de la India. Me gusta cocinar. Me gusta volver de cada viaje con alguna receta.

Con estos condicionantes se entiende que le pidiera a Shakila, nuestra amable casera en Kumily, que me permitiera entrar en su cocina durante la preparación de la cena. Susana como intrépida reportera, cubrió, cámara en mano desde todos los ángulos, la clase magistral.

Lo primero es que en la casa se entra descalzo y claro a la cocina también. Debo reconocer que el suelo era una superficie porosa y negra de la que no creo que jamás adivine su composición. Digamos que la cocina era humilde y de limpieza descuidada, pero más o menos ordenada y espaciosa lo que facilitaba que una menuda mujer musulmana y dos enormes extranjeros se movieran por la estancia con cierta soltura.

Shakila sacó el cuchillo de las grandes ocasiones, muy bonito pero que no cortaba, y me explicó cómo cortar una cebolla. Hasta aquí llegaba yo, pero aquí los hombres no cocinan y como estaba tan entusiasmada le dejé explicarme. Cuando la corté yo, debió de pensar que se me daba muy bien para no haberlo hecho nunca.

Tras pasar a cuchillo varias verduras más, algunas de las cuales no había visto nunca, empezamos a cocinar de verdad. Aceite de coco, semillas de mostaza, otras semillas amarillas que tengo que mirar como se llaman, hojas de curry, cúrcuma en cantidad y chili. Todo esto tras pasar por el fuego y unido a las verduras cocidas, dieron lugar al primer curry que preparamos: shampa.

Se nos unió Havi, sobrino de Shakila, e iniciamos la preparación otros platos como poori, que son unas finas tortas de harina de trigo fritas y otro curry de patatas con judías verdes y coco (y chili, claro). La suegra  también pululaba por allí refunfuñando de la nuera... típico en cualquier cultura. La hija de Shakila, Savana, entraba y salía siempre con una sonrisa, añadiendo dulzura a aquella cocina. Estábamos con las manos en la masa, cuando llegaron más parientes de Shakila de otro pueblo que venían a pasar unos días. Así se nos unieron dos mujeres más: su hermana y su madre.

La verdad es que en la cocina ya había un guirigay de gente tremendo, entrando y saliendo, charlando animádamente y en medio dos guiris con cara de despistados olisqueando en las cazuelas y sacando fotos. Pero era gente encantadora. La madre de Shakila decidió hacernos un postre típico, una especie de fideos dulces con frutos secos y pasas, que nos apretamos antes de cenar. Una bomba calórica que estaba muy rico.

De repente todo se fue acelerando, les empezó a entrar la prisa y rápidamente terminaron de preparar la cena. ¿La razón de las prisas? Acababa de ponerse el sol y estamos en ramadán… llevaban desde el amanecer sin comer ni beber… toda una proeza que si puedo evitaré.

Pasamos una agradable sobremesa enseñándoles las fotos del viaje y de la clase de cocina, en su flamante nuevo ordenador. Contrastes de la india.

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