Llegamos a Kumily en autobús. Desde Madurai, fuimos
subiendo, subiendo, y la temperatura bajando, bajando.
Nos alojamos en el sitio más chulo hasta ahora: un apartamentito compuesto de
baño ¡con toallas y jabón!, dormitorio con dos camas juntas gigantes ¡con
sábanas y mantas!, supersalón con TV y terracita con vistas a un
apacible camino rural, bien apartado del centro del pueblo. Y un montón de
toques femeninos que fueron muy de agradecer J. Y todo por 400 rupias (algo
menos de 7€). Lujazo a precio de mercadillo.
Kumily es un pueblo que está creciendo a marchas forzadas al rededor de la
reserva natural más visitada del sur de la India: la de Periyar. Comparado con
los sitios en los que hemos estado hasta ahora, es muchísimo más tranquilo,
limpio y sobre todo se respira mucho mejor pues el aire es fresco y puro.
Decidimos pasar en este pueblo dos días y emplearlos en las
cosas que hacen aquí los turistas: un día visitar un jardín de especias, una
plantación de té y la planta procesadora de te del pueblo, y otro día hacer
senderismo por la reserva natural. Parecía todo chupado, perfectamente
organizado y atado, pero no contamos ni con el Onam, que es un festival de toda
esta región (Kerala) que dura 10 días durante los cuales los niños no tienen
colegio y mucha gente está de vacaciones… Y tampoco pensamos que la lluvia que
caía intermiténtemente, pero sin mucho afán, también iba a tener consecuencias.
Nada más instalarnos en nuestro nuevo hogar por estos días, nuestros vecinos,
los dueños de una tiendita de comestibles y cosillas varias que había justo al
lado, nos invitaron a tomar un te y un aperitivillo de plátano frito con ellos,
con la excusa de enseñarnos a su gato… Y allí nos reunimos nosotros más el
padre, la madre y los tres hijos: dos adolescentes, chico y chica, y la niña pequeña…
(el gato salió pitando). Más tarde se unieron a nosotros el abuelo y la abuela
(hay que señalar que la tienda tenía el tamaño de un cuarto de baño
convencional). Nos interrogaron sobre nuestro país, nuestra moneda, la
economía, nuestra profesión, nuestra vida, qué habíamos visitado en la India,
si nos gustaba, etc., etc. La verdad es que la familia era tan maja y
espontánea que nos hicieron sentir entre amigos. La chica incluso nos cantó
algo con una voz preciosa. Cuando nos pidió a nosotros que cantásemos, ¡no se
nos ocurrió qué cantar! (tenemos que poner arreglo a eso).
Al día siguiente, tuvimos una pequeña decepción con la excursión
especias-té-factoría: con el Onam la planta procesadora de té estaba cerrada
por vacaciones, así que probablemente perdimos la oportunidad de visitar una de
estas plantas en pleno funcionamiento. En la India hay muchas más, pero al
parecer no son visitables.
El jardín de especias fue interesante. Vimos cacao, café, pimienta, cardamomo,
chili, canela, hojas de curry, etc. Y frutales exóticos. A Sus lo que más le entusiasmó fue una ranita moteada que encontramos sobre la
enorme hoja de una planta.
La plantación de té... bueno, fue la primera que
veíamos una y nos pareció muy curiosa: los arbustos se parecen a los setos que se
utilizan para delimitar los jardines o para hacer esculturas en jardinería. Lo
que todavía no sabíamos es que en Munnar (la siguiente población en nuestro
camino) nos íbamos a hartar de ver té. En general la excursión fue interesante
y nos dio información valiosa para luego seguir investigando sobre especias en
una de las cientos de tiendas que hay en el pueblo. Finalmente nos llevamos un
saco de ellas, literalmente.
Cuando volvimos a la casa, ya por la noche, nos avisaron de que la excursión de
senderismo que habíamos reservado para el día siguiente por la reserva, se
había suspendido por la lluvia. Pero ¿por qué? Si sólo han caído cuadro
gotas!!! (eso sí, una tras otra durante todo el día). ¿Y qué íbamos a hacer
ahora? Pues lo que hicimos, aunque tampoco nos salió bien del todo: Nos vino a
recoger un rickshaw a las 6am para llevarnos a la reserva, pero de nuevo no
tuvimos en cuenta el dichoso Onam: cuando llegamos al embarcadero del lago que
hay dentro de la reserva, ya no pudimos coger el barco de las 7.30 porque
estaba abarrotado de gente, incluyendo un grupo de adolescentes escandalosos
con sus profesores ¡¡¡Qué muchedumbre!!! En fin, a las 10 fue tarde, pero por
lo menos pudimos hacer el paseo por el lago famoso… Eso sí, en vez de 2 horas,
como duran las primeras salidas de la mañana, el paseo duró una hora, por el
mismo precio… En fin, dos horas hubiera sido demasiado tiempo. Con una hora
sentados en una incómoda silla y tragados por un gigante salvavidas
naranja (el año pasado murieron 40 personas ahogadas en el hundimiento de
uno de estos barcos), era suficiente. Vimos muchas aves acuáticas como martines
pescadores, varios tipos de cormoranes, algunas garzas y otras que no
conocíamos. Además vimos en la lejanía dos elefantes que estaban en lo alto de
una montaña. Con los prismáticos se veían dos manchas grises… Bueno, no estuvo
mal.
Y esa era toda la visita que se podía hacer a la reserva y es que si dejan entrar a las hordas de turistas locales libremente, posiblemente la conservación del lugar se resentiría y no digamos la limpieza. Así que un tanto decepcionados decidimos hacer una
incursión clandestina y dar un paseo por nuestra cuenta, lo que está prohibido
bajo multa…
¡Qué acierto! Nos metimos los bajos de los pantalones dentro de los
calcetines, impregnamos bien de insecticida los zapatos y nos internamos en la
espesura consiguiendo evadir las sanguijuelas. Pronto llegamos a una zona
despejada que seguimos, paralelos a un riachuelo. Vimos ciervos, jabalíes,
monos, nos sobrevolaron loritos y preciosas mariposas. Disfrutamos muchísimo y
nos sentimos como auténticos exploradores de tierras vírgenes, aunque la
carretera solo pasaba a unos pocos cientos de metros…