Hablemos de zampar. Todo el que me conozca sabe que me gusta comer... mucho. Y uno de los alicientes de viajar para mi es la experiencia gastronómica.
Cualquier parecido entre la comida china que comemos en España (o en el resto del mundo) y la realidad china es una coincidencia porque nuestra experiencia se reduce a un reducido número de recetas que además normalmente están adaptadas al gusto nacional hasta no parecerse en nada al original... algo parecido a lo que puede pasar si te comes una paella en Alaska.
Comer en China es toda una experiencia. Que sea positiva o negativa depende del tipo de persona que seas. Si eres de los que no comen nada que no sepas nombrar o se parezca a tu comida habitual lo tienes crudo. Afortunadamente somos de los que queremos probarlo todo y luego decidir si nos gusta o no... y casi siempre nos gusta.
Otro aspecto a tener en cuenta es que no siempre sabes lo que comes pero lejos de detenernos lo consideramos un aliciente... ¿que será esto? ¿a qué sabe?
Todo tipo de mariscos, verduras desconocidas, casquería (la tempura de tripas de cerdo estaba deliciosa), patas de ave, carnes (incluidas las poco habituales de serpiente o perro), insectos, caracoles, setas chinas (les pirran), sopas, arroz, pasta fresca, noodles, frutas... muchas de estas cosas desconocidas otras no, pero sobretodo con preparaciones muy distintas a lo que acostumbramos. Puede ser picante o no, pero cuando lo es, no hay término medio ¡ouch!
En resumen, en una región del tamaño de Europa la riqueza culinaria es bestial y dada la poca apertura del país, muy desconocida. Hay que venir a china para comer su comida.
De cómo enfrentarse a las dificultades de lo que hay que hacer para poder probarla de forma extensa lo cuento otro día...
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